Capítulo 36

Disparan fuertemente las baterías de la montaña balas y bombas, poniendo en confusión a la ciudad. Levantan los sitiados un fortín en los molinos fuera el Portal Nuevo. Aplicación de su magestad en providencias. Disparan los de afuera con una nueva batería de 30 cañones a la cortina y Torre de San Pablo donde se trabaxava la cortadura. Levantan los ingleses 2 baterías más.

Hállase ya muy adelantada la brecha. Pide milord la entrega de la plaza, no consintiéndose a tu demanda. Terrible fuego el de los de afuera, causando mucho estrago en las casas de la ciudad. Repite milord su instancia, y no consigue su deseo.

Prosiguen los sitiadores su veemente disparo contra la ciudad, que dispone unos morteros en las huertas de San Pablo.

Fuego continuo de una y otra parte, siendo insufrible el de los sitiadores, que bola al ayre a un almazén de los sitiados junto a la cortadura con otros susessos.

Disparan fuertamente las 2 baterías de la montaña.

Las dos baterías, que los sitiadores levantaron sobre la montaña de Monjuich, de cañones y morteros, empezaron a disparar por la parte de las Atarazanas dentro de la ciudad, que poniéndola en un cahos los estragos que las balas y bombas executavan en sus casas motivaron y obligaron al virrey don Francisco de Velasco a desamparar su palacio y passarse al fuerte y reparo de las bombas, que se le tenía prevenido en el convento de San Pedro de las Puellas.

Prosiguieron las balandras por la noche el curso de la[s] baterías de la montaña, assí que arrojando bombas con no vista elevación a la ciudad, no sabían donde refugiarse sus vezinos por los grandes estragos y ruinas que padezían las casas de su habitación.

Pusieron mano los de la plaza en la fábrica de un fuerte junto al molino que avía fuera del Portal Nuevo a efecto de executar con más fazilidad algunas salidas, y inquietar las guardias avanzadas que teníamos por aquella parte.

No cessava el rey nuestro señor de su infatigable aplicación en las disposiciones y providencias que más pudiesen anticipar el rendimiento de la plaza.

Assistían su real persona continuamente el príncipe Antonio de Liecktenstein mayordomo mayor, el general conde de Ulefeld capitán de la real guardia de corps, y los gentiles hombres de la cámara condes de Sinzendorf y Althain, que zelando el real servicio y bien público se esmeravan con el mayor desvelo a quanto reconozían conveniente al logro de los progrezos que mediante la Divina Providencia se esperavan en el rendimiento de aquella capital y total posesión del Principado.

Recivía el conde don Roque Estela los órdenes proferidos por su magestad, en cuya distribución con el exerzicio de su ayudante general fué incessante su cuydado, y igualmente la fatiga que tuvo en aquella ocasión, no parando día y noche para el cumplimiento de su cargo a fin de no retardar un instante las operaciones que tanto importavan al real servicio y pública utilidad.

Rezelando los de la plaza que los sitiadores intentasen alguna escalada por el lienzo de muralla que discurre des de San Pablo a las Atarazanas le pertrecharon de calidad con gente y artillería, que no parava el disparo continuamente en toda aquella parte, a cuyo fuego correspondió con igual furor el de los ingleses.

Las dos baterías de a 6 y 8 cañones que en la fuente de la Satalía y campo de los Judíos perfizionaron al 21 los sitiadores, lograron sus tiros este día en desmoronar mucha parte de la muralla, y desmontarles a los de la plaza la artillería de la batería, que tenían plantada en aquel parage, y las bombas y granadas reales que a un tiempo disparavan hizieron tanto daño que los artilleros fueron obligados a desamparar la muralla por no poder resistir al gran fuego que se les hazía.

Al rayar del alba del 22 saludaron los ingleses a los de la plaza con la descarga de una nueva batería de 30 cañones, que levantaron más cerca de la muralla, dirigiendo todo su fuego a la Torre de San Pablo y cortina contigo a ella, arrojando por la noche las balandras más de 200 bombas a la casería de la ciudad, cuyo estruendo y ruinas motivaron a un summo clamor y confusión en los vezinos.

Las dos baterías de la fuente de la Satalia y la última que levantaron los ingleses de 30 cañones frente al campo de los Judíos, más cerca de la plaza comenzaron a disparar a un tiempo a la cortina, que dixe arriba, con tanto furor y violencia, que lograron el echar por tierra todas sus obras muertas en pocas horas, y las bombas y granadas reales, que arrojavan de aquel mismo puesto el herir a muchos soldados y artilleros.

Aplicáronse los del presidio con todo calor el 24 en el adelantamiento de su cortadura, pero no dexándoles parar el fuego, que nuestras baterías arrojavan de bombas y granadas reales a aquel mismo puesto, les obligó a dexar aquel trabaxo.

Al mismo tiempo se aplicavan los sitiadores en la construcción de dos baterías más en la montaña, que mira a las Atarazanas con artillería y morteros, y quedando estas al 26 perfizionadas, las asestaron los botafuegos contra la cortina, y a la ruina de la ciudad, que commovió a un continuo llanto a sus vezinos los estragos, que executavan en las casas, y las muertes que causavan las ruinas, no parando la mosquetería de una y otra parte con ocasión de haverse acercado tanto los nuestros con sus líneas a la muralla.

Hállase ya muy adelantada la brecha. Pide milord la entrega de la plaza no consintiéndose a su demanda. Terrible fuego el de los de afuera. Repite la instancia milord y no consigue su deseo.

La gran falta de artilleros, que se tenía en la plaza, obligó a su comandante a ofrezer a las personas que entendiesen el arte de puntería y quisiesen asentar plaza doze doblones de entrada y diez reales todos los días por su sueldo, pero fue tan de balde esta diligencia, que ninguno quiso exponerse en el iminente peligro de perder la vida entre el continuado fuego que arrojavan nuestras baterías, de calidad que en un solo día dispararon 3.000 tiros.

Despachó milord Peterboroug un trompeta a la plaza con carta para el Velasco, en que le pedía se la entregase a vista de lograr el dominio de su castillo y la brecha tan dilatada a cuya instancia respondió el comandante, que teniendo bastante gente para defenderse y víveres para subsistir mucho tiempo no convenía en la capitulación que su excelencia solizitava de la plaza.

Si en los días antecedentes era grande el disparo de nuestras baterías, fué mucho mayor el que hizieron al 27 en que asestando nuestros botafuegos setenta piezas a un tiempo habrieron tan prolongada brecha, que passó de 90 passos geométricos, lo que comprehendía aquella, de calidad que la plaza no tenía más que tres cañones con que poder contrabatir por aquella parte.

Acercáronse más los navíos y balandras el 28 a las Atarazanas muy antes de la madrugada, y arrojaron tanta multitud de bombas a la ciudad, que continuándolo hasta medio día, causaron tanta ruina en sus edificios, que ninguno de sus vezinos podía hallar lugar para la seguridad de sus vidas, experimentando mayores estragos las iglesias en que acostumbravan refugiarse en semexantes lanzes.

Envió otra vez milord un atambor a la ciudad, instando a don Francisco de Velasco la entrega de la plaza a sus armas a vista de la brecha tan dilatada, que lograva para el assalto, y respondiéndole que teniendo su cortadura en tan buen estado para recivirle fortificada con su fosso, estacada y la mina cargada no era dable convenir con la demanda. Resintiose tanto el inglés del recado que le envío el Velasco, que mandando disparar toda la artillería y morteros a carga cerrada contra la brecha, obras de defensa y por toda la ciudad, hizo aquel continuado fuego tantos estragos en los edificios que sus ruinas enterraron muchas familias en sus mismas casas, no pudiendo persistir ninguno en el trabaxo de la cortadura por el diluvio de balas y bombas que disparavan nuestras baterías a aquella parte, de calidad que passaron de seis mil los tiros aquel día.

Bolviendo el piquete del enemigo de reconozer nuestro campo encontró dos paisanos junto al convento de Capuchinos, que atándoles sin más en las colas de sus cavallos, les llevaron con esta inhumanidad a la ciudad, y no siendo menos la que exercitó con ellos el comandante de la plaza, mandó ahorcarles sin otra averiguación, como lo executaron a las quatro de la tarde del mismo día.

Prosiguen los sitiadores su vehemente disparo contra la ciudad, que dispone unos morteros en las huertas de San Pablo.

Cada día aumentavan su fuego los sitiadores, y assí al 29 asestaron todas sus baterías de mar y tierra, que disparando a compás los cañones y morteros, parezía avía de transtornar la esfera toda aquel estruendo, que duró ocho horas efectivas entre día y noche.

Prosiguían con todo calor el adelantamiento de sus obras de defensa los de la plaza, tanto en la gran cortadura como en perfizionar el fortín, que dixe, en los molinos de la Puerta Nueva.

Dirigían los sitiadores todo su fuego a la brecha, y a los trabaxos, que continuavan los sitiados, con tanto furor y violencia que llegando las balas y bombas que arrojavan aquellos bronzes a la casería de la Rambla, bolaron onze personas que trabaxavan en la cortadura.

Hizo plantar el virrey don Francisco de Velasco tres morteros en las huertas de San Pablo, y aunque su disparo no causó daño considerable en nuestros aproveches y baterías, fué un nuevo incentivo aquella disposición para que los ingleses tomasen más a pecho la ofensa, duplicando el fuego de calidad que obligaron a desamparar las casas de toda la Rambla, entrándose las familias más allá del centro de la ciudad.

Compadezidos los administradores del Hospital General de Santa Cruz de los incendios y ruinas que padezió aquella Santa Casa, y de lo mucho que estavan expuestos los enfermos que en ella existían, enviaron persona a nuestro campo sin consentimiento del comandante para representar a su magestad se dignara exerzitar el acto de caridad de mandar no se disparase en lo suzessivo a aquella parte, como lo hizo apenas llegó a nuestro campo, cuya súplica commovió tanto el real ánimo, que inclinando su piedad al consuelo de aquel hospicio expidió los órdenes convenientes mandando no se disparase a la ruina por aquella parte.

Fuego continuo de una y otra parte, siendo insufrible el de los sitiadores, que bola al ayre a un almazén de los sitios junto a la cortadura.

Entró el octubre y los sitiadores al amanezer de su primer día le celebraron con una muy luzida salva de toda su artillería y morteros, dirigida a la brecha, con tal ímpetu y furor que no pudiendo los gastadores resistir a tanto fuego, dexaron sin más la prosecución de su cortadura, no pudiendo persistir persona alguna en aquella parte. Prosiguieron las balandras su bombardeo, de calidad que las bombas que dispararon aquella noche por mar y tierra puso en confusión toda la ciudad.

Los de la plaza las arrojaron con los 3 morteros que tenían plantados en la huerta de San Pablo, pero con poco o ningún efecto.

Quedando la cortadura de los sitiados puesta por la mayor parte el día 2 en toda forma, la guarnezieron con 200 soldados de los más veteranos que avía en el presidio de tropas españolas y napolitanas de la guardia del duque de Populi, que se hallava dentro la plaza, el marqués de Aytona y don Manuel de Toledo, que exerzía el cargo de general de la artillería.

Logró una bomba, que se disparó de nuestros morteros, tan acertada elevación y trecho, que dando esta sobre las que tenían con muchas granadas prevenidas los sitiados junto a la mina que avía entre la brecha y cortadura, les pegó fuego de calidad que bolando por la violencia de la pólvora a aquel almazén, hizo temblar toda la ciudad su grande estruendo con pérdida de algunos soldados, y de los que continuavan en las obras de defensa.


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