Es del señor don Francisco de Casamitjana [manuscrit]

Est Caroli de Casamitjana

Empresas y sucesos gloriosos que consiguieron las armas del emperador y rey nuestro señor Carlos Sexto en Alemania y terzero en España y de sus altos aliados en los Reynos de Andaluzía sobre las costas del de Granada y Corona de Aragón, desde mayo de 1704 en que se principió la guerra en aquella parte asta el de 1706

Mantua año 1713 [text barrat]

Señor

Iva a echar mano de un arrojo, y se intimidó la razón toda a vista del empeño a que aspirava. Iva a bosquejar una imagen de vuestra magestad, y se acovardó el pinzel preocupada del susto u de la admiración la fantasía en el mismo umbral. Iva = más a, y que ya que el destino le restituie a la pluma los alientos, que le avía usurpado bárbaramente el temor.

Plutarco dixo que era dechado del mismo Dios un príncipe perfecto, y si contra Dios se atrevió su clemencia por aver sido incentivo en algún modo su compasión de la malicia, bien puedo yo decir que à conspirado oy en vuestra magestad la dignación contra su proprio dueño, pues únicamente de muy seguro atropella mi cariño con este, que no sé si llame arrojo o argumento de mi buena fee.

Pero ya que se arrestó mi cortedad contra tan formidable adversario, bien será que luche contra toda la moderación de su augusta magestad hasta apurarle sus fondos al discurso, en un assumpto en que le va a la pluma su reputación, y en que no es fázil pueda campear con lustre la gratitud, si no es armada u del atrevimiento u de la lealtad; a más de que, si se mira este empeño con todo el peso de una madura reflección, no dudo que se le franqueará a la pluma la justicia, que la asiste, por más que u la embidia o la emulación la noten de poco atenta, porque siendo vuestra magestad tan interesado como es en las glorias, que se adquirió Gibraltar en su defensa, y igualmente en los demás sucessos que se le subsiguieron, no podía sin violencia privarle a vuestra magestad de este elogio. Ni es menos poderoso motivo el de referirlas mi gratitud, en ocasión que sea halla esta del todo sacrificada a vuestra magestad, por afecto, por obligación y por voto, y más que por estos por los repetidos favores, que de la real mano de vuestra magestad tengo experimentados hasta aquí, por manera que a violentar el brazo para valerme de otro mecenas no ay duda que llevado de aquella natural simpatía, que domina secretamente en mi pecho, se fuera sin el beneplácito de su dueño a descifrar la idea, que concibió allá en su fantasía la lealtad. Ni sería razón que la generosa mano de vuestra real persona tan a costa de mi desvelo, le dedignase admitir baxo su amparo, que pues tanto confina con la magestad la dignación, bien será que una vez si quiera, admita a su sombra la de vuestra magestad este leve ensayo de mi atención.

Mas como preguntava yo, como podré pintar en tan pequeño ámbito un Alexandro, quando era breve recinto a su grandeza el de la esfera toda? Como ceñir a tan limitada narración la que ya ocupó los quatro ángulos del mundo con el aplauso, con la admiración y con la fama, hasta agotarle a la eloquencia sus corrientes y anegar a la embidia en su misma cuna? Ni como podrá caber en tan limitado gyro aquella immensa selva de trofeos, que hasta aquí le ha adquirido a vuestra magestad el valor? Confiesso que por más que forseje en estrecharles en un tronco la admiración, es preciso que para acordarles a la posteridad de los venideros, se valga de todo su caudal el ingenio, no sea que forzado a amontonar de una muchas estrellas en tan poco cielo le falte esfera para salir con su idea.

Omito gran señor los resplendores de vuestro imperial augusto nacimiento, porque deslumbrado con la copia de luz con que ya en la cuna hizo conozer la naturaleza la brillante dorada Clícee de tanto sol, apenas acierta mi perspicacia a registrarle sus rayos sin notorio detrimento de su curiosa observancian [sic]: a más de que atreverse al examen de tamaño astro, fuera lo mismo que ossar calarse con la vista al centro de aquel planeta donde no llegó todavía la primera de las aves a mantener abiertas sus pestañas.

Basta decir que es vuestra magestad por su nacimiento descendiente augusto de la gran familia germano-ausbúrgica, cuyo geneológico principio mientras que por lo antiguo le respeta con aprecio la veneración, anda inpaciente el afán desenterrándole de entre las sombras del olvido. Que tampoco fué possible apurarle de golpe a la Fénix su primer nido, y esta illustre imperial estirpe es puntualmente la que después de haver merezido contar por suyos quantos césares reconoze oy vuestra magestad por progenitores den de el emperador Rodolfo, hijo que fué de Alberto el Grande, à difundido su gloria sobre vuestra real cuna, de suerte que epilogando por este medio en la cesárea y real persona de vuestra magestad todo el lleno de su grandeza, agotó su caudal en abono de vuestro feliz nacimiento, y si no ay razón, como no la ay para negarle a la real prosapia de vuestra magestad los créditos de primera, como podrá haverla para negarle entre los de ella a vuestra magestad este nuevo blassón de su propria descendencia?

Callo aquí, que es por su sangre vuestra magestad digno nieto de otros tantos emperadores, quantos son los signos, que illustran oy la carrera por donde camina el Sol. Callo aquí, que en el seno de vuestra magestad corren oy con tanta o más pureza aquellas aguas como el día que precipitadas en gloria dimanaron más claras que el cristal, porque de otra suerte hubiera de estrechar en un tronco solo aquella selva de laureles, que no cupo en el ámbito de dos mundos, y a no havérmelo prescrito assí la fuerza de mi destino, omitiera aquí también la gloria que se adquirió la real estirpe de vuestra magestad con su venida a España casando con doña Juana de Castilla única heredera del grande rey don Fernando Phelipe el primero deste nombre, padre que fué de aquellos dos emperadores Carlos y Fernando, abuelos ambos de vuestra magestad, por cuyo augusto regio lazo, dispuso la providencia viniesen a ser nietos de la real casa de vuestra magestad, los mayores monarcas que oy día reconoze el Sol, porque partiendo entre sí la herencia (la segunda vez, que se vieron Castor y Pollux en el mundo), llegó el primero a hazer suya la primera monarquía del Universo, y el segundo a perpetuar en sus hijos, como hasta aquí aquel diadema, que en otro tiempo fué de los césares en Roma.

Mas ni aun este blassón es el que más suspende en éxtasi mi cortedad, porque tiene muy poco que ver estas con las glorias que en todos tiempos se han adquirido con el valor los reales progenitores de vuestra magestad, pues que nos les propone ya armados a cada passo la Historia, o bien para conquistarle nuevos imperios a la religión, ollando las cervices de quantos se havían conjurado a su ruyna. Oy si no les faltase voz a los árboles que pueblan las campañas de las dos Germanias al modo que no le faltó en otro tiempo a los que en la selva Doonea publicavan las glorias de un venzimiento! Oy como vozearían las vitorias que logró Maximiliano Augusto de sus contrarios! Quantas vezes se vieron teñidas en roxa espuma las corrientes del Albis y las aguas del Danubio! Qué cavado bronze podrá sufrir el fogoso ardiente soplo con que la fama jadeava en inculcar las azañas de tanto héroe!

Callo aquí el valor con que el emperador Rodolfo fué segando una a una tanta cerviz, alevosamente conjurada contra su imperio, contra su elección y contra su persona, siéndole tal vez preciso a su grande denodado espíritu sostener con la una mano el pomo de oro, y jugar la espada con la otra, en tanto que entre la prevención y el cuydado sudava el alma toda en dar fin a tan peregrina empresa, hasta que hechos víctimas de su brazo Bela rey de Ungría y el rey Othocaro de Bohemia, fueron ornamento de los carros falcados, con que poco después se restablezió triunfante a la posessión del cetro que empuñava. Los famosos hechos de armas, con que el emperador Alberto afirmó sobre sus sienes el diadema no llenaron de espanto al mundo y a su casa de trofeos hasta añadirle a la fama nuevos clarines? Ni fuera necessario removerle al olvido mucha tierra si quisiera yo acordar aquí las proezas, con que el césar Maximiliano inmortalizó su nombre alcanzando tantas vitorias, que solo el cielo puede tener laureles para triunfos tan continuados. Ni quiero hazer memoria aquí del emperador Carlos Quinto, porque siento que es muy corto cauze el de mi pluma para de[s]cifrar las glorias de aquel que supo hazer historia todas las fábulas que soñaron los poetas. Y assí basta decir que tuvo Carlos un corazón tan grande, que siendo pequeño un mundo para la magnanimidad de su espíritu, dispuso el cielo que se descubriese otro nuevo en su reynado. Que sugetó a su espada más dominios y a su cetro más vassallos que todos sus predecessores juntos. Que después de haver puesto freno al mundo y ley al mar fatigado del peso de sus laureles más que de la molestia de sus achaques, colgó la espada para monumento de su valor en el Templo de la Vitoria. Que haviendo abatido el orgullo de tanto monstruo, y derrotado tanto esquadrón contrario, se retiró a la soledad de un campo a luchar con la fortuna, y consiguió triunfar de uno y otro para poder cerrar la puerta del Templo de Dios Jano, pues que ya en el mundo no le quedava que venzer otro enemigo. Y en fin baste decir que en más divina representación que la del otro fabuloso numen se dexó ver hasta oy en su medalla con un rostro mirando assia la inmortalidad del siglo venidero, y otro azia el tiempo ya passado, que también hizo su brazo con el estoque de oro. Últimamente gran señor no ay para que repetir aquí el ardimiento con que fué de nuestros días ocupando la Tierra con sus vitorias y el viento con sus águilas el césar padre de vuestra magestad. Aquel que apenas dió passo, que no naciesse una palma donde avía assentado animoso una vez el pié, aquel que peleó con un mundo de hombres en ocasión que inundava el turco con ellos la christiandad, aquel en fin de quien son momento quantas plazas en Ungría, que oy se ven reduzidas a la obediencia de vuestra magestad, passó en parte el assedio de su imperial corte, y a vista de un tan ruidoso exemplar habría de tener mi aliento las alas muy cobardes, que no osasse fiarlas al viento, en ocasión que estava llamando de lo alto al aplauso, bien que si he de decir lo que siento en esto, será preciso que confiese que esta vitoria perdió mucha parte de su grandeza en la noticia de que peleava el cielo a su favor assistiéndole con su visible protección hasta el mismo Dios de las Batallas.

Pero para que? Dexemos en la cuna la pompa con que previno la providencia el real nacimiento de vuestra magestad, y vamos a sondar los fondos con que por el camino de la gloria dió muestras vuestra real persona de su discreción, de su espada y de su grandeza. Deparó la gracia tan vistoso alcázar al espíritu, que anima vuestra magestad, que recién labrado se venerava ya por la obra más peregrina y gentil que supo idear la arquitectura, dexando ver en aquel altar pequeño toda la esperanza de su futuro nacimiento, haziéndose y entonces digno de observancia en la augusta frente de vuestra magestad no sé que ademán ayroso, que manifestava en sus giros los esmeros de un esplendor divino, pudiendo decirse sin mucho hipérbole que avía en la formación de vuestra magestad hecho ostensión de sus más notables calidades la naturaleza empeñada en que se reconociesse en vuestra magestad hasta donde pueden llegar las humanas perfecciones, pues juntó tantas en sola vuestra real persona, que referidas más parezen fantasía, o dezeo, de que se hallase un joven tal en el mundo, que no Historia de lo que es en la realidad, formando un príncipe Fénix, qual se suele representar o finxir en el anchuroso campo de la imaginación, y se encuentra por maravilla en los campos de la realidad.

Una viveza que está por cada sentido vibrando raios, para penetrar con el alma hasta los pensamientos más ocultos, que fraguó en su oficina la razón, y si en otro tiempo huvo quién se quexase del destino, porque se mostrava tan defectuoso en la simatría de los cuerpos, alegando por motivo no parezía bien que se viese reduzida las estrechezes de un armazón poco conforme un espíritu gentil, quién duda que hubiera depuesto su opinión a haver reconozido el templo que el alma de vuestra magestad deparó al espíritu, que incessantemente la govierna, porque era tal la disposición ayrosa de su semblante, que o le hazía digno alberg[u]e de un espíritu el más generoso, o cielo proporcionado para habitación de un Dios pequeño. Pues que si se arrestase el cuydado a registrarle sus fondos al pasmoso elevado talento de vuestra magestad, en donde no halla suelo la debilidad del mío, ¿acaso podrá apurarle a su alta animada intelligencia las preciosidades de su caudal? Si en pocas brazas no fué fázil sondarle hasta aquí al occeano sus senos, como lo ha de ser el penetrarle los ápices a su real comprehención? A más de que donde produxo el tiempo viveza igual en el juizio, igual solidez en el ingenio, siendo en mi sentir tan difízil hazer pié en la promptitud de su peregrino entendimiento, como poner lastre a un rayo, o suspender a un relámpago en medio de su carrera, que nunca estuvieron vinculados los aciertos en vuestra real persona a la penosa cansada nota de ser prolixos.

Puede dudarse que para dar leyes a dos mundos, le sobra a vuestra magestad lo más del alma? Puede dudarse que entre las nieblas de estado ha rompido vuestra magestad camino por todos los elementos hasta fazilitar las empresas, que en otro tiempo aun al mismo Hércules le huvieran sacado mucha sangre y no pocos suspiros al macedono? Puede dudarse que la soberana augusta comprehención de vuestra magestad ha sabido allanar la frente a un impossible y unir por des[a]costumbrados rumbos extremos que miravan como a encontrados la emulación ignorante, quizás de que estava vuestra magestad en el mundo para coronar con este nuevo laurel los primeros ensayos de su valor? Puede dudarse que las promptitudes eloquentes del sutil entendimiento de vuestra magestad sirvieron no pocas vezes de escudo a la innocencia y de freno contra la ossadía? Puede dudarse que el Dios de la eloquencia fue derramando por el seno de vuestra magestad toda la copa de oro en que depositó su néctar la discreción? Puede dudarse que las estrellas les agotaron a los dioses mismos su ambrosía, para transfundir su dulzura a los labios de vuestra magestad, que no pareze que halle el numen inspirada en la boca de vuestra magestad la palabra, o que agita Minerva esa divina lengua? Estraña felizidad de un alma illustre concebir pensamientos tan superiores, que ni los alcanze ni los apee la razón más culta, y reducirles después al labio tan vivamente, por conductos de resplendor, que ni pierda una gota la razón, ni queden mal satisfechos los discursos de las expressiones.

Qué émulo desapiedadamente indignado escuchó la material explicación de vuestro real labio por breve rato que no saliese llevando en el pecho otro corazón distinto, y que no fuese deponiendo las flechas de plomo, haziendo trozos del arco, sintiéndose mal herido de los dardos de oro que vibra la fecunda eloquente lengua de vuestra magestad, y si propuso hazer frente alguno a los primeros contrastes, sí se atrevió a percistir fuerte en la obstinación de su duresa, o entre los estragos de la ira, no es verdad que luego al segundo avanze, se reconozió precisado a ceder todo el campo de su alvedrío, y dexarle en manos del vitorioso? No es verdad que fué lo mismo resistir a las armas con que batallava el animoso corage de vuestra magestad que querer rechazar los ímpetus del plomo con un pavez de vidro? [sic] Que no es assí que supo vuestra magestad más de una vez infundir alma a un bruto, comunicar razón a un tronco, domesticar a un monstruo y suspender los furores de un irritado? Que no es assí que la suavidad de essa eloquente lengua hizo que dexase de ser fábula el gravar en un peñasco un corazón de cera y desatar en lágrimas una roca? Que si huviesse de esparsir elogios por los primeros años de vuestra magestad, quando entre el ocio y el cuydado de los afectos se derritía en números la fantasía? Que, y si huviesse de hazer mención aquí de aquel florido tiempo en que transformado en plectro el augusto real dimanantial de vuestra magestad iva robándole a Orfeo la suavidad de su lira, cantando apaziblemente al suave músico sonido de su cítara su fortuna, en tanto que se iva la vena desangrando toda por la pluma? Bien fuera menester usurparle algunas inspiraciones al Dios Feto, o pedirle por algún rato de prestado el instrumento a Memnosine, para transfundir al papel los primores con que vuestra magestad pulía ya en aquella hora para más altas empresas su eminente delicada comprehención.

Qué glorias han merezido los mayores héroes, que no se haya adquirido el valor y espada de vuestra magestad cotexables con las que inmortalisan el nombre de Alexandro, y le sirven de monumento en la posteridad? No es assí que vuestra magestad, intrépido y magnánimo, ya en la tierna edad de diez y nueve años poco más defendiendo Barcelona en la expugnación de dos poderosos exércitos de España y de la Francia, que le llegaron con el duque de Anjou, invadida igualmente por el mar de una numerosa flota, infundió nuevos alientos a unos 1.350 soldados y vezinos, que únicamente presidiavan la plaza, dexándose ver vuestra real persona muchas vezes en la brecha, donde el encono enemigo dirigía su mayor fuego, exponiéndola assimismo en otras partes del mayor peligro? No es evidente que el denodado espíritu de vuestra magestad consiguió por último que el duque de Anjou desistiesse de aquel empeño precisándole a la ignominiosa retirada, que con los dos exércitos executó sin parar hasta lograr el abrigo de dominios de la Francia, cediéndole a vuestra magestad aquella selva de laureles en el mismo campo que ocupava y recinto de su marcial combate contra la plaza, poblado de más de 106 cañones de batir, 27 morteros todo de bronze, montados, numerosíssimos almagazenes de pertrechos, municiones, víveres y equipages de grandíssimo valor y igual conveniencia? Y a la verdad si se ha de descrivir lo intrépido de la espada de vuestra magestad, será preciso hazer mención aquí de las batallas que huvo en Balaguer, Almenara y sobre Zaragoza, que venziendo sus hilos al duque de Anjou su competidor, tuvo por conveniente dexar el campo de batalla, llevando la retaguardia de su exército y retirándose con tal desorden y precipitación, que dió lugar a nuestros soldados al logro de muchos despojos de ricos equipages, naciéndole a vuestra magestad tantas palmas como passos dió el competidor bolviendo las espaldas.

Últimamente gran señor arréstase mi cortedad, quando empeñada a de[s]cifrar las glorias, perfecciones y virtudes de vuestra magestad, mira por impossible pueda toda la eloquencia y agudeza agotar lo inmenso de ellas, para hazerlas manifiestas a todos los que el Sol fomenta baxo su giro, y assí callando en la prosecución de tan elevado assumpto, asseguro mi acierto confessando a vuestra magestad mi ossadía, dimanada de los impulsos proprios de mi lealtad y constante zelo tan justamente devido a vuestra magestad, a cuya protección recurro para que baxo este presupuesto, se digne vuestra magestad aceptar este leve ensayo de mi reconozimiento y atención a las repetidas honrras que siempre he devido a su cesárea clemencia, rogando a la Divina guarde y prospere a vuestra magestad los dilatados años que la christiandad ha menester, y le suplica este fidelíssimo vassallo.

Viena, y mayo siete de 1713

Don Francisco de Casamitjana de Rupidera


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